La mayor parte de nosotros suponemos que si tenemos pensamientos o sentimientos negativos necesitamos urgentemente cambiarlos para conseguir encontrarnos mejor.
Tenemos la idea de que debemos de controlar lo que pensamos, “poner a raya” nuestros sentimientos, o sentirnos motivados para hacer cosas o sino no podremos funcionar como queremos. Sin embargo, esta forma de pensar suele causarnos muchos problemas. ¿Por qué?
¿Tienes facilidad para cambiar lo que piensas a voluntad? ¿Cuándo te encuentras mal puedes cambiar lo que sientes con facilidad? La respuesta normalmente es no. Las emociones y los pensamientos se nos suelen escapar de nuestro control y eso hace que intentar manejarlos se convierta en un problema más.
La cuestión con los pensamientos es que solemos tomarlos al pie de la letra. En nuestra cabeza no son pensamientos, ¡son la realidad! Nos los creemos tan rápido y tan íntegramente que no los vemos como lo que son, sin más los asumimos como verdades y actuamos en consecuencia con ellos.
La defusión cognitiva sería el proceso por el que nos separamos de nuestra forma de pensar y empezamos a ver los pensamientos como lo que son: pensamientos. Palabras y frases que tienen sentido para nosotros pero no por ello verdad objetiva, ideas mentales que muchas veces son aleatorias y no están sujetas a la vida real.
Hemos llegado a confiar tanto en las palabras que pensamos que la mayor parte de las veces los tomamos como sustitutos totales de la experiencia real a la que se refieren. Es decir, no actuamos por las cosas, personas o situaciones que vivimos en nuestra vida, sino en base a los pensamientos que tenemos sobre ellas, como si fueran exactamente lo mismo. Pero no lo son.
Y, el problema, es que es común que nuestros pensamientos tengan un sesgo negativo o catastrófico. Es decir, que en nuestra cabeza todo sea peor o más incapacitante de lo que realmente es. Si tomamos lo que pensamos como la verdad, y lo que pensamos tiende a ser peor que lo que existe en realidad, estamos condenados a sufrir mucho más de lo que deberíamos en nuestra vida.
En consulta trabajamos este proceso de defusión desde dos puntos muy importantes:
· Los pensamientos raramente recogen toda la extensión y profundidad de las experiencias que describen. Por tanto, es importante dejar de “creérselos”.
· Los pensamientos que influyen en lo que hacemos realmente no nos obligan a actuar sobre ellos. Aunque parezca mentira, podemos no actuar sobre lo que pensamos.