Ser mujer nos condiciona socialmente a todas por igual en multitud de aspectos, y estos tienen efecto directo sobre nuestra salud mental.
Tradicionalmente, el rol de la mujer implicaba dedicarse únicamente al cuidado de la casa y de la familia, siendo encargada de la crianza de los hijos y de la satisfacción de su marido. Sin embargo, en la sociedad moderna las mujeres hemos podido ir accediendo a la educación y a diferentes empleos que nos permiten una independencia económica y también social. Aunque seamos libres de hacer ciertas cosas ahora que antes no podíamos, hacerlas implica luchas con las ideas establecidas social o familiarmente, lo que conlleva críticas, comentarios o reproches, que generan sentimientos de culpabilidad e inseguridad que son difíciles de eliminar.
Cada vez se espera de más mujeres que lo sean todo a la vez (mito de la superwoman: atributos de feminidad tradicional y moderna al mismo tiempo) y que, además, sean buenas y lleguen a los mismos niveles que los hombres en sus mismos campos de trabajo, cuando sabemos que biológicamente somos diferentes, tenemos ciclos hormonales, pasamos por procesos de embarazo, puerperio, crianza temprana, menopausia, etc. que requieren altas dosis de energía y recursos.
En la guía “La salud mental de las mujeres, mitos y realidades” que publicó la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía, se habla de cómo las cifras de diagnósticos de depresión y ansiedad se duplican en comparación con la de los hombres. Además, informa de que los intentos de suicidios son 3 veces más frecuentes (aunque el número de suicidios consumado sea mayor en los hombres), y que el uso de antidepresivos o ansiolíticos es 8 veces mayor en mujeres que en los hombres.
Los factores sociales y culturales también son fundamentales para comprender el desarrollo y el mantenimiento de los problemas de salud mental, y no se puede negar la influencia en la que los roles de genero afectan a las mujeres en cuanto su bienestar psicológico. Los cánones sociales sobre la imagen (necesidad de estar delgadas, tener ciertas proporciones, no tener signos de envejecimiento…), el menor acceso a recursos especializados, o las ideas tradicionales de lo femenino son factores de vulnerabilidad enormes que hacen mucho más fácil que las mujeres puedan sufrir una variedad de problemas de salud mental, como trastornos de la alimentación, depresión, ansiedad, síndrome de la cuidadora quemada, o trastornos de personalidad.
Uno de los factores que mantienen estos problemas psicológicos es el estigma que sufren las mujeres que los padecen. A las mujeres que sufren algún trastorno mental es fácil que se las califiquen como “vagas”, “exageradas”, “histéricas”, o “necesitadas de atención”, lo que fomenta un poco credibilidad y por tanto un rechazo general a expresar estos problemas o a intentar ponerles solución.
Por tanto, es necesario tener una perspectiva de género en los aspectos relacionados con la salud mental para poder realmente entender muchos de los problemas que pasan las mujeres hoy en día, y para poder encontrar la forma de trabajarlos incluso cuando la sociedad que nos rodea no los ponga difícil.